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Genio y caricatura

Pedro León Zapata no escatima en el uso de la palabra. Su forma de hablar, una mezcla –posiblemente inverosímil– entre la sabiduría y la ingenuidad, puede cautivar por horas a cualquiera. En él, las redundancias, las incisas y aparentes contradicciones son tan válidas –y oportunas– como los juegos de palabras. Y aun cuando se le conoce como artista plástico, ha hecho de todo un poco, hasta televisión.

Su cálido tono de voz resulta familiar para muchos, gracias a sus recurrentes apariciones en medios radioeléctricos, bien como entrevistado o al frente del programa Divagancias (los fines de semana por el circuito Unión Radio Noticias), que conduce junto al músico Miguel Delgado Estévez.

Sin embargo, su comunicación más directa y contínua con el público la hace en su faceta como caricaturista todos los días en la página editorial de El Nacional, en los llamados "Zapatazos", que ya prácticamente son una parada obligatoria para cualquier lector que se precie de serlo. Es que la realidad nacional vista desde el carboncillo de Zapata tiene la particularidad de producir risas y reflexión a la vez. Y quizás por eso es que ha sido blanco de comentarios peyorativos en actos públicos por parte del presidente Hugo Chávez, a quien –vale comentar– no dibuja desde el 11 de abril de 2002.

No obstante, después de 41 años de Zapatazos, el artista prefiere obviar el alcance de su viñeta. "No tengo noción del público. Tal vez haya algo de modestia en mí cuando no quiero aceptar que mi caricatura es vista por cientos de miles de personas; porque hago la caricatura para mi satisfacción. Sin embargo, no deja de haber, entre esos cientos de miles de lectores, uno que otro a quien le gusta. Y si les gusta es porque son como yo. Porque Zapata el caricaturista hace la caricatura para Zapata el lector".

Zapata el entrevistado, por su parte, difícilmente contesta directa y rápidamente una pregunta. En cambio, puede enfrascarse en una expresión o palabra que del entrevistador le haya llamado la atención, o simplemente retrucar con una anecdota que quizás se le vino a la memoria en ese momento. Lo bueno es que siempre entretiene, principalmente por esa habilidad notable para transitar en la frontera entre el humor y la seriedad, sin que su interlocutor necesariamente distinga cuándo está de qué lado.

Pe-pe

Zapata hizo sus primeras caricaturas para la revista Fantoches, pero fueron muy pocas ("unas tres", según recuerda) y las firmaba P.P, "porque me gustaba la sonoridad que tenían esas dos letras juntas: ‘pepe’. Al mismo tiempo, me pareció que no tenía importancia el nombre o seudónimo que usara, porque yo no iba a seguir haciendo eso".

Y efectivamente así fue, ya que, durante los siguientes 10 años se dedicó a estudiar pintura en México. Fue a su regreso, en 1958, cuando se encontró con la oportunidad de trabajar para la publicación Dominguito. "Nunca había visto un periódico tan ‘deslenguado’ y directo en sus críticas. Me conmovió su virulencia humorística y al mismo tiempo me hizo pensar que el periodismo humorístico como vehículo de contenido social era mucho más efectivo. Pensé que por buena que fuera la pintura mural y el realismo social del arte mexicano, nunca podría tener la penetración que tiene un comentario gráfico cualquiera hecho en un periódico. Entonces, entroncaba muy bien que yo comenzara a hacer caricaturas con la experiencia de realismo social que traía de México… Tiempo después entré a El Nacional".

—¿Cuál es la simbología detrás de los personajes que dibuja?

—El político por excelencia, según los enemigos de la política, es el que cambia de color de acuerdo con las conveniencias. Cuando murió Juan Vicente Gómez y comenzó la democracia, varios reconocidos gomecistas empezaron a aparentar ideas más o menos democráticas, cambiando de acuerdo con los tiempos y a su conveniencia. Y el gran humorista de esa época, Leoncio Martínez, sintetizó eso en la figura de un camaleón. No era propiamente un camaleón, sino un ser humano con características camaleónicas, como una cola. Esos eran los "camaleones de Leo", que fueron muy famosos.

Mucho tiempo después, en El Nacional, saqué por primera vez un camaleón con ese significado, pero consciente de que estaba utilizando un símbolo que había creado otro: Aparecía un camaleón en la calle y otro decía, en la época de Leo no llamaban la atención. Ahora son la cosa más corriente. Hay camaleones por todas partes.

Y a partir de esa especie de permiso que le pedí al lector para utilizar un símbolo de otro caricaturista, comencé a dibujar camaleones con cierta regularidad durante todo el período democrático de los 40 años en los que los adecos y copeyanos gobernaron. Los dibujo de vez en cuando, porque hay muchos personajes de aquellos gobiernos que se han cambiado para este… Pero lo que más dibujo ahora son sapos, que es la palabra que utilizaban los guerrilleros en Venezuela para llamar al delator. Mi intención al dibujarlos reside en que para mí la delación es algo que actualmente se fomenta en Venezuela desde arriba. Ya el delator no es el que por su propia iniciativa ¨"sapea" al otro para quedar bien, sino que lo estimulan desde el Gobierno.

—Al mismo tiempo, más que "sapear", se ve mucho lo contrario: ocultar o "alcahuetear", como también se le dice…

—Eso, en cierta forma, también está contenido en ese personaje, según como hable y lo que diga... Pero también está el adulante, que es un personaje característico en la política de todas las épocas. En Venezuela, tal vez por un largo período, creímos que se había acabado la adulancia y que había pudor respecto a eso. Es decir, no es que no hubiera adulantes, sino que les daba pena. Porque en épocas como la de (Antonio) Guzmán Blanco, Cipriano Castro o Juan Vicente Gómez la adulancia había llegado a niveles insospechados. Y hasta hace poco los venezolanos estábamos respirando tranquilos porque la adulancia parecía haber sido expulsada. Pero resulta que ha renacido con una violencia muchísimo mayor. De todas las épocas de adulancia venezolana, la más potente, la más insoportable de todas es la actual. Por eso esas figuras "jalando mecate".

—¿Y cuál es el significado de las charreteras que dibuja?

—Lo de las charreteras es porque este es un gobierno militar y es la mejor forma de definir al Gobierno y sus afines. Y el uniforme que le pongo a los personajes, ellos creerán que es de Bolívar, pero es el de (José Tomás) Boves, el líder realista con el que se identifican mucho más plenamente, por sus métodos, sus procedimientos y su lenguaje.

—A raíz de todo el escándalo que ya tiene meses, desatado con la publicación de las caricaturas de Mahoma, ¿cree usted que existan temas "sagrados" dentro del humor?

—Tal vez existan temas sagrados. Sin embargo, lo que pasa con el humor es que es auténticamente subversivo. Principalmente porque se mete con lo sagrado. Tiene un tema genérico, que es la seriedad. Y hay otro mucho más importante, derivado de la seriedad, que es la solemnidad, otra víctima del humor. Luego, el tema sagrado, más alla de lo solemne, es Dios. Entonces, el ideal del humorismo es meterse con lo serio, con lo solemne, con lo sagrado y con la divinidad, hasta donde sea posible.

Sin embargo, resulta que uno se mete con las cosas que son sagradas para los demás, pero no con las que son sagradas para uno. Digamos un humorista católico, como (Gilbert Keith) Chesterton, podía meterse con toda clase de cosas, menos con su Dios católico.

Y valdría hacer un paréntesis que tiene que ver con el humor negro. Uno se podría preguntar, a veces, por qué tiene tanto éxito ¿será que la gente en el fondo es verdaderamente mala y por eso le gustan esas cosas horrendas de los chistes de humor negro? No. Es porque esas cosas nadie las toma como verdades. La gente las toma como un ejercicio literario, prácticamente, porque los personajes víctimas de las injusticias de esos cuentos no existen.

Entonces, se pueden, en el aire, decir cosas. A lo mejor uno en el aire se puede meter con la divinidad y todo el mundo se ríe de "la divinidad". Pero de Mahoma no. De Jesucristo tampoco. Es decir, del personaje real o aquel que la mente concibe como real, no se acepta el chiste. Entonces ahí el por qué de esa reacción. Sin descontar, no obstante, que la reacción, por tardía, se vuelve sospechosa. Una cosa que se publicó en octubre vino a reventar en enero y febrero. ¿Y por qué pasaron esos meses? Porque yo creo que hay gente manipulando. Es decir, parece que no es una cosa que nació de adentro de los creyentes, sino algo que alguien les metió en la cabeza, quién sabe con qué finalidad.

—Entonces sí se le podría poner límites a las caricaturas…

—No. Porque el pecado está en ponerle límites desde afuera. El caricaturista tiene su conciencia y tiene, inevitablemente, sus límites. Y las ideas de uno forman parte de lo que uno mismo es. Si uno es de izquierda, su límite es que uno no tiene más enemigo que la derecha y al revés. ¿Pero quién pone ese límite? Nadie. Se lo pone uno. Lo feo es que anden poniendo límites desde afuera.

—Ahora, no sólo se prohibieron esas caricaturas, sino que, por ejemplo, durante los atentados en el metro de Londres no se transmitieron imágenes en vivo. ¿Estamos a las puertas de aceptar  limitaciones a la libertad de prensa?

—Cuando un periódico dice "hay un retrato hablado del sospechoso y se cree que está en el estado Aragua". La policía de Aragua está en sobre aviso y lo anda buscando. Y yo digo, caramba ¿por qué ponen eso? El tipo se va a ir para Carabobo ahora. La prensa le está dando un dato al hombre para que huya. Y entonces pienso: no, debe ser que lo están buscando en Carabobo, pero la policía dice ‘lo estamos buscando en Aragua’ para que los periodistas, en su afán de decir la verdad, lo digan, pero al tipo lo agarren en Carabobo. Siempre prefiero pensar eso porque el periodismo puede, en un momento dado, informar también a quien no debe.

Y eso también ocurre con el terrorismo. Si uno, de algún modo se da por enterado de ciertas cosas, está, sin querer, fomentando el terrorismo. Fomentando acciones de esa naturaleza, que para eso las hacen. Pero al final siempre es preferible que el periodista sea quien controle lo que dice y no otro, porque ese otro obtiene sus intereses.

—Se confiesa admirador de Diego Rivera, por lo que quizás admiraba también su modo de vida. Ahora bien, él era comunista. ¿Qué opinión le merece?

—Con Diego Rivera tal vez hubo una especie acto de contrición como de quien paga una promesa. Como cuando uno va a la iglesia y se confiesa y necesita un propósito de enmienda: la confesión lleva al pecado a mucho más allá de lo que realmente es.

La pintura de Rivera me disgustó la primera vez que la ví; y su persona me pareció chocante en la primera conferencia a la cual asistí. Me decepcionó mucho haberlo oído hablar de todo menos de arte y me molestó mucho la dosis de política tan grande que había en lo que decía. Pero luego, a fuerza de tanto ver su obra –porque aunque no me gustara, la veía y la veía– llegó un momento en que comencé a entender lo que había detrás: ese amor por su tierra y por su gente que era auténtico en él.

Entonces, el no gustarme su obra y el no aceptar al Rivera conferencista se convirtió en pecado a mis propios ojos, y el propósito de enmienda fue violento y me volví más riverista de lo que me correspondía. Compartí muchos de sus puntos de vista en la pintura y sus puntos de vista muy sectarios los tomaba como chistes, como exageraciones de él. Así como sigo tomando los puntos de vista de Jorge Luis Borges.

No obstante, en lo fundamental siempre estuve muy de acuerdo con él. Es que a una persona a la que se le conceden tantas bondades tiene que ser también militante de principios políticos válidos… Por todo lo que estoy diciendo está claro cuál era, más o menos, mi posición. Sin embargo, con el tiempo han cambiado mucho las cosas. Así que todas aquellas cosas de Diego Rivera me parece que pertenecen a la época arcaica del pensamiento político.

—¿Qué diferencias ve entre el comunismo o el socialismo actual y el del siglo XXI?

—Esa abnegación de aquellos revolucionarios tiene un trasfondo respetable. Era respetable que una gente luchara como lo hicieron ellos por sus ideales… Lo que es absurdo es mantenerlos hoy, después de que fracasaron rotundamente en todas partes. No nada más en los sitios donde se acabó, sino que además, el peor fracaso es en los lugares donde no se ha acabado,  ahí se ve más. Fracasó porque se acabó, pero también porque no se acabó. El fracaso está ahí. Uno lo está viendo y sin embargo se empeñan en que ahí tenemos que seguir porque el hombre se va a salvar de esa manera. La contradicción es demasiado grande. Sobretodo cuando el empecinamiento consiste en que ese es el camino, pero no muestra la nueva doctrina. ¿Dónde está la nueva doctrina? O sea, que aquella doctrina dejó de ser, al extremo que hay una nueva que se llama del siglo XXI. Pero ¿cuál es? ¿Dónde está? ¿Por qué esta nueva es aquella misma? ¿Por qué arrastra todas las cosas de la vieja doctrina que demostró no tener nada bueno? ¿A quién se quiere convencer, cambiándole el nombre a socialismo del siglo XXI? Por cierto, eso de cambiar nombres es muy venezolano. A las plazas, las esquinas, a todo, cada vez que se puede, se le cambia el nombre.

—¿Qué haría Zapata como presidente?

—Ya lo he dicho varias veces. La cosa más grande que podría hacer como Gobierno, y la haría desde el primer día en Miraflores es renunciar.

—Podría cambiarle el nombre a algo antes de renunciar…

—De hecho hay una anécdota con eso. Recuerdo que el presidente (Jaime) Lusinchi le quería poner el nombre de su secretaria a una calle y era un tema que estaba sonando mucho. En esos días se hizo en forma de broma una especie de lanzamiento candidatural mío a la Presidencia. Era la época de elecciones, los periodistas hacían foros y resolvieron hacer uno conmigo. Yo, en ese momento, había dicho que quería que mi secretaria privada fuera Irene Sáez, cuando ella no hacía política. Y me preguntaron "¿Usted le pondría el nombre de su secretaria a una calle?". Yo contesté, "¡de ninguna manera!… Yo le pondría el nombre de mi secretaria privada al estado Guárico".

 

Ernesto Lotitto Martínez


PUBLICADO: 25 de febrero de 2015