Youtube

Gerardo Blyde: “No tengo carisma para ser Presidente”

Nombre: Gerardo Alberto Blyde Pérez

Lugar y fecha de nacimiento: Caracas, 23 marzo de 1964

Edad: 50 años

Estado civil: Soltero

Profesión: Abogado

Hobbies: Leer, escuchar música y ver series en Netflix

Su rostro, muy serio, oculta a la persona amable, simpática y franca que es. Y no sólo para ejercer la política, esa compleja actividad que eligió, caminando sobre el filo de su profesión de abogado. Conoce sus fortalezas y debilidades y se describe como “un buen gerente público”, pero sin el carisma necesario como para aspirar a la presidencia de la República. Estudia siempre todos los escenarios y dice que no da un paso sin antes analizar las consecuencias. Se asume como “un completo esclavo de la planificación”. Hace 17 años casi pierde la vida, cuando el avión en el que volaba se estrelló en la selva venezolana. Fiel creyente en Dios, cuenta entre  sus principales temores sufrir una enfermedad dolorosa o perder la memoria,  pero  no le importa envejecer “con tal de saber siempre quien soy y quienes me rodean”. Así es, en dos platos, el ex parlamentario y actual alcalde del Baruta, Gerardo Blyde.

 

Por: Tamara Slusnys   

Fotografías: Manuel Linares

En el edificio de la Alcaldía de Baruta, ubicado en pleno casco histórico del pueblo del mismo nombre, entre las plazas El Cristo y Bolívar, no hay aparatos de aire acondicionado. La onda ecológica que se promueve en esa institución, desde los tiempos en los que Henrique Capriles era alcalde, se siente. En horas vespertinas el calor agobia. Algunas de las paredes de la construcción de concreto en obra limpia, son grandes ventanales que están siempre abiertos y permiten, además de la circulación del aire, una vista transparente.

Gerardo Blyde recibió a PRODUCTO en su oficina, un espacio amplio, cómodo y, queda dicho, muy luminoso, con una panorámica de contrastes: desde su escritorio ve por un lado el barrio La Palomera, de los más conocidos del sureste de Caracas, por otro un trozo de la plaza de pueblo, con una lejanía de edificios.

La vida de Blyde ha sido muy intensa. De ser un destacado abogado y profesor universitario, pasó a ser un político aventajado, como parlamentario y como alcalde. De la cómoda y exitosa vida privada pasó a la muy agitada y sacrificada vida pública, quizá no menos gratificante.

¿Qué balance hace de sus 50 años de vida?

—He hecho muchas cosas que nunca pensé que iba a hacer y he dejado de hacer muchas otras que imaginé haría. Cuando tenía 20 años me tracé unas metas más hacia ejercer libremente la abogacía,  la docencia,  que me gusta tanto. Nací con ese interés, herencia de mi abuelo materno Alberto Pérez Alfonzo. Logré estudiar pero eso fue lo que, desde la actividad privada, me hizo ir hacia la vida pública y la política. Al final, uno se da cuenta de que todo está relacionado y que todo lo público incide en lo privado y que todo lo privado incide en lo público… más lo público sobre lo privado, en realidad.

Quien entra en la política suele tener la aspiración de ser Presidente ¿Usted la tiene?

No. Yo no quiero y nunca he querido. Nunca ha estado en mis metas; ni antes, ni después de meterme en la política. Creo que cuando uno asume sus fortalezas y sus debilidades tiene que saber para qué sirve. Lamentablemente en Venezuela hemos llevado a ese cargo a gente que no servía. Algunos pudieron ser muy carismáticos, pero muy malos gerentes públicos. Hay que saber administrar los recursos de todos los venezolanos con responsabilidad y sensatez, para mejorar la vida de los ciudadanos. A lo mejor yo puedo ser un buen gerente público, pero no tengo la gracia para bregarme los votos en todo el país como un líder carismático, emocional, que conecte con las masas para buscar ser Presidente. No entré a la política para hacerme un nombre, ni para hacer carrera, ni mucho menos plata. Más bien, en lo privado, quizá produje más dinero y tuve una vida mucho más tranquila. En la política se entrega mucho. Es muy sacrificada. Y si lo haces con honestidad, no vas a salir de allí rico. Más bien es una satisfacción interna. Político que sale rico es un corrupto, porque no hay manera de hacerse rico en la política si eres honrado.

¿Cuáles son sus fortalezas?

—La primera es mi sentido de justicia, que es muy fuerte, y cada vez más, a medida que pasan los años. Por otro lado soy frontal y abierto en las cosas que pienso, aunque eso me hace ganar amigos y enemigos. También soy honesto, me gusta trabajar por el bien común y estudio todo lo que voy a hacer. No improviso, no me gusta la improvisación. Soy un esclavo de la planificación. Siempre pienso cuáles son los escenarios probables de cada acción que voy a tomar y eso, en un país de improvisados, a veces no pega. La improvisación es lo que normalmente vivimos a diario los venezolanos, tanto en el ejercicio del poder como en el día a día.

¿Qué sacrificios ha tenido que hacer por tener una vida pública?

—Quizás haber dejado a mi entorno más cercano de familiares y amigos un poco de lado para dedicarme por completo a mucha gente que ni conocía; sin embargo, este se ha convertido en el objeto de mi vida. Mientras muchos amigos que conservo de la niñez,  juventud y universidad pueden reunirse, verse, viajar con frecuencia, yo normalmente estoy excusándome en cualquier reunión. Incluso, a veces, teniendo tiempo, llego tan cansado a casa que lo que me provoca es darme un duchazo y quedarme leyendo en vez de ir a socializar. Pero tampoco es un sacrificio horrible. La compensación del cariño de gente anónima me llena inmensamente.

¿Tiene muchos amigos?

—Soy de varios círculos de pocos amigos en cada uno. Cada etapa de tu vida te va dejando un número importante de amigos. Si son buenos, de verdad, te duran toda la vida, aunque pases mucho tiempo sin verlos. La política, por ejemplo, me ha dado amigos y muy buenos. Hoy siento el orgullo de decir que tengo una amistad muy profunda con la ex diputada Liliana Hernández, quien me enseñó a trajinar en el mundo de la política. Ella comenzó en esto muy joven y yo tuve la suerte de que coincidiéramos en la Asamblea Nacional entre 2000 y 2005. De ella aprendí cosas que no descifraba del lenguaje político y de la forma de ser de  muchos políticos, que pueden estar halagándote de frente y clavándote una puñalada por detrás. A algunos les resulta difícil reconocer virtudes en otros, o esas virtudes les producen envidia.

Su nombre sonó mucho para sustituir a Ramón Guillermo Aveledo en la Mesa de la Unidad. ¿Tuvo algún interés en esa propuesta?

—Nunca manifesté interés por la secretaría ejecutiva de la MUD. Agradecí a quienes pensaron en mí, pero estoy dedicado a los baruteños y aunque tengo la obligación como venezolano y como alcalde de hablar de temas nacionales, mi trabajo diario se lo debo a los baruteños que, por fuerzas del destino, decidieron que yo estuviera por cuatro años más en la alcaldía. Sería muy irresponsable de mi parte no cumplir con el trabajo para el cual me eligieron para estar dedicándome a otra cosa.

¿A su juicio, qué le falta a la oposición para lograr avances?

—En primer lugar, a muchos de nuestros líderes les falta humildad para entender que no nos la sabemos todas, que no somos dueños de las verdades absolutas. Esa humildad nos ayudaría a poner el oído en lo que está diciendo el pueblo. Los barrios no bajan cuando salen las clases medias a protestar porque no se sienten conectados. Mientras la clase media se queja por falta de libertad y de independencia de los poderes públicos, en un barrio como La Palomera, donde por cierto siempre ganamos las elecciones, bajan y protestan cuando no les llega el agua, o la luz, o cuando no les alcanza la plata para mantener a los muchachos, cuando no consiguen alimentos, cuando no tienen seguridad y se matan unos contra otros. Allí es que esa gente reacciona. Son dos mundos. Ahora la clase media está empezando a vivir inflación, escasez. Tal vez pueda comenzar a establecerse una conexión.

¿Y qué pasa con el liderazgo?

—Cada vez que construimos y logramos un liderazgo somos especialistas - yo no sé si por envidia humana - en destruirlo en vez de cuidarlo, conservarlo y hacerlo crecer. Tenemos un líder que sacó 7 millones de votos en un proceso electoral, con todos los poderes copados, sin recursos económicos, etc. Vimos cómo a los pocos meses, más por parte de la oposición que del propio chavismo,  se hizo de todo para destruir ese liderazgo. Creo que somos expertos en autodestruirnos. Otro problema es creer que por los caminos rápidos se llega más pronto, y no es verdad. No es discutiendo quién es el líder como vamos a conquistar el poder, es creciendo más allá de las fronteras del mundo opositor. Caemos en el error de hablarnos a nosotros mismos y esa es una gravísima traba que tenemos los opositores. El ciudadano común ve, por un lado, un gobierno que desmorona, que promueve el desabastecimiento, la escasez; y voltea y ve a la oposición como se pelea. Surge entonces la desesperanza. Creo que el pueblo venezolano está comenzando a sentir una muy fuerte desesperanza, porque no ve factor cohesionado de opción de poder en ninguno de los dos lados.

¿Qué se puede esperar cuando eso sucede?

—Viene cualquier profeta a decir ni uno ni los otros, sino yo, que te ofrezco otra alternativa. Y la gente se va detrás del profeta… así el profeta no tenga las herramientas para sacarnos de donde estamos. Entonces, a la oposición le hace falta esa claridad de verse a sí misma y de conectar con lo que está sintiendo el ciudadano de a pie, que está haciendo una cola para comprar dos paquetes de harina, que tiene que levantarse y montarse en un jeeppara bajar del cerro y llegar a su trabajo, si es que lo tiene; y que cuando cobra no sabe cómo va a comprar el mercado para su casa con lo poco que gana. Yo hago mercado, sé lo que cuestan las cosas. Si gasto 2 mil bolos en una semana voy fallo. Esa es la vida del venezolano. Quizás a muchos les falta el contacto directo para saber qué es lo que está pasando en el corazón del país. Doy gracias a Dios de que me haya permitido ser alcalde, porque quizás cuando fui diputado tenía una visión distinta del país. Los diputados tienen una visión algo más distante. Su función es legislar, claro, pero no están pegados al hombre y la mujer que caminan por las calles y viven sus angustias.

Ha dicho que planifica todo y aún le quedan tres años en este cargo. ¿Ha pensado en lo que hará cuando termine el período?

—Todavía no veo eso. Te puedo decir lo que pensaba hacercuando no tenía previsto ser alcalde. Recuerda que a David Uzcátegui, quien era el candidato para la alcaldía, lo inhabilitaron un mes antes de las elecciones municipales, así que me pidieron postularme y me quedé. ¿Qué iba a hacer? Me dedicaría más a la actividad docente como abogado, volvería al libre ejercicio y a tratar de influir en las decisiones políticas, ya con la experiencia de haber vivido cuatro años y medio como alcalde. No pensaba en cargos antes, ni tampoco pienso en ellos después que salga de aquí. No creo que vuelva a un cargo de elección popular. No me interesa volver a ser parlamentario ni alcalde. Si en el ejercicio de la vida me requirieran para otro cargo, sería un ministerio. No me voy a poner a disputar otra vez cargos públicos. Hay nuevas generaciones con nuevas visiones y enfoques. Creo que empujaría a otra gente para que surja y avance.

Ha sido profesor universitario, ha estado en los medios (tuvo un programa de radio), ha sido parlamentario. ¿En qué rol se siente más satisfecho?

—Yo me divierto en todo. La verdad es que si no me complaciera no lo haría. Parte del éxito en las cosas que uno hace tiene que ser que te guste, que lo quieras hacer bien, que te llene. Yo disfruté mucho como parlamentario. Peleaba durísimo, era un trabajo muy fuerte, pero me divertí. Un divertimento intelectual. Yo no iba a un debate sin prepararme y sin pensar qué iba a decir la bancada contraria sobre un artículo de una ley, y creo que los obligaba también a estudiar y a prepararse para debatir a fondo cada cosa. Como alcalde me agrada mucho cada vez que voy a una escuela municipal y los chamos se me tiran encima y jugamos y nos reímos. Eso no tiene precio. Ser comunicador, fui productor nacional independiente en una radioemisora, fue  una experiencia muy sabrosa que tuve durante un año y que dejé para lanzarme a la alcaldía. Me parecía que yo, como candidato, me aventajaba sobre los demás al tener un programa todos los días. Y eso no era ético. Lo dejé. Hoy en día muchos dueños de radio me piden que monte un programa, y les digo que el día que deje de ser alcalde a lo mejor lo haré. Era muy rico porque era como tomarme un café con cada uno de mis invitados. Una hora de conversación con un micrófono abierto y lográbamos cierta intimidad pública. Empecé invitando amigos, pero después tuve participantes duros: cuando ninguno de ellos iba a programas de opositores tuve a Luis Tascón, después de su lista; tuve a Isaías Rodríguez, fiscal general de la República, que no daba entrevistas a nadie. Y estuvo una hora conversando conmigo porque sabía que yo nunca iba a vejar al personaje, pero si iba a discutir sus ideas. A mí me importan las ideas. Lo fundamental es que los seres humanos nos podamos respetar. Por eso el programa fue exitoso.

Tiene fama de perruno, de rescatador de animales. ¿Tiene mascotas?

—Sí, perros. Tenía a Lorenzo y a Pepita. Lorenzo murió de viejito hace un año, de un infarto. Hoy Pepita es una viuda muy señora, que ya no hace sino moverse con elegancia de un lado a otro. Muy gorda, como buena viuda, dedicada a la buena vida. Hace seis meses apareció Sebastián, rescatado por Protección Civil Baruta de una alcantarilla. Me lo mostraron en una foto, la vi, y me lo quedé. Ahora me cuesta 15 kilos de comida cada dos semanas.

¿Qué hace en sus ratos libres?

—Leo mucho, es una adicción. Y me gusta mucho Netflix y los canales por Internet. Ahora estoy enganchado con la serie “House of cards”. Claro, no soy como aquellos que comienzan un viernes en la noche y a los dos días ya vieron varias temporadas. No tengo tiempo, pero los domingos, después de comer en casa de mi mamá, llego a la mía y ahí si me instalo y veo 4 ó 5 capítulos seguidos. Esas son las horas más mías, los domingos en la tarde. También cocino con amigas y amigos en casa. No soy de mucho salir, tampoco soy bebedor, pero me gusta un vinito, una cerveza si hace mucho calor, como buen venezolano. Me gusta hacer parrilla, choripanada. Amigos en mi casa cocinando y charlando me encanta. Hablar, cocinar. Y me acabo de comprar un piano inglés, de 30 años de edad, que fue restaurado. Tenía un teclado electrónico pero no sonaba bien. Reuní y por fin me lo pude comprar. Últimamente estoy media hora diaria al piano y los domingos hasta dos horas.

¿No se quejan sus vecinos?

No, no toco tan mal, vale.

 

Música en la sangre

El gusto por la música le viene a Gerardo Blyde de familia, la paterna. “Mi padre es Blyde Larrazábal, los Larrazábal siempre fueron músicos”, dice con orgullo. Tiene dos hermanos pianistas, uno de ellos con una escuela de música en Lechería (Anzoátegui) y sus sobrinas igual se inclinaron por esa rama del arte. “Yo también canto, toco piano; no como mis hermanos, pero hago el intento. Papá nos enseñó a leer música en un pizarrón en el garaje de la casa cuando éramos muy chiquitos. Mis hermanos son más aventajados que yo, pero todos somos melómanos. Cuando nos reunimos hacemos música, ponemos cornetas, micrófonos, cantamos en familia”, comenta.

Se ríe y aprovecha para reconocer que desafina mucho y que es “fanático” de la salsa de Rubén Blades: “para mí es el rey, el genio de las letras”, aunque aclara que “si voy a bailar es otra cosa”. Por supuesto que escucha música académica. Chopin y Tchaikovsky están entre sus preferidos, pero también trata de incursionar en la modernidad: “no soy de hip hop ni de rap, pero Beyoncé, por ejemplo, me parece genial”. Le encanta Soledad Bravo y su música Caribe, no le gusta la de  protesta porque “algunas letras envenenan el corazón”, asegura. Simón Díaz es para Blyde un clásico. Y define: “una de mis canciones favoritas es Mercedes, porque la letra es una metáfora de la traición, mezclada con algo de amor. Es como Venezuela”.

Ya yo me caí

Hace 17 años Gerardo Blyde sufrió una de sus peores experiencias de vida. Fue en Caicara del Orinoco, en plena selva venezolana, cuando un monomotor 206 en el cual viajaba con otras  cuatro personas, se estrelló contra unos árboles. Todos sobrevivieron, apenas con algunos rasguños. Caminaron un día entero hasta llegar a la civilización.

“Cuando me di cuenta de que nos estábamos estrellando me encomendé a Dios  y le dije: allá voy, ¡recíbeme! Yo pensé que estaba muerto y no sentí pánico, me di cuenta de que no le tengo miedo a la muerte. Tengo  Fe en Dios porque me entregué a él en ese momento”, cuenta con calma.  Para superar el trauma del accidente, siguió el consejo de amigos que le recomendaron montarse de inmediato en un avión. “No había pasado un mes cuando compré un boleto para Margarita y me fui,  tan tranquilo… Fíjate que unos amigos pilotos me dijeron que querían volar conmigo porque ya yo me había caído y, por probabilidad, era muy difícil que me volviera a pasar” (relata esto muy serio, sin siquiera sonreírse, pero con emoción). “Eso me dio una confianza tan grande que ahora voy en un avión y puedo atravesar la tormenta más fuerte pensando que no me voy a caer, porque ya yo me caí”.

Claro que Blyde padece otros temores. Miedo a “las enfermedades graves y dolorosas” y a la pérdida de la memoria. “No me gustaría morirme de un cáncer y que me tengan que estar inyectando morfina. Si Dios me va a llevar, que lo haga rápido, de un solo guamazo(sic). Es preferible. Y lo de la memoria, quizás porque mi abuelita murió de 93 años y, en los dos últimos días, ya no reconocía a nadie ni sabía dónde estaba. Eso me marcó mucho. Envejecer no me importa con tal de saber siempre quien soy y quien me rodea”.


PUBLICADO: 01 de diciembre de 2014