Youtube

Libertad de expresar… la adoración al Líder

En losenfrentamientos bélicos de la antigüedad un bando sitiaba al otro rodeando su fortaleza y cortándole el suministro de agua. Cuando Alejandro Magno quería reducir un enemigo, acuartelaba sus fuentes, lagos y pozos, y envenenaba las que no podía controlar. De ese asedio surgía un tirano triunfante que reinaba por un tiempo sobre unos súbditos que lo obedecían sin chistar ante la amenaza, ya probada, de morir de sed.

La guerra moderna se orienta por otros principios tácticos, aunque, desde luego, el dominio sobre el agua sigue siendo fundamental. El agua, para el caso que nos ocupa es la libertad de expresión, sin la cual no puede existir la democracia ni la autonomía de las sociedades. Por eso mismo, la libertad de expresión es lo primero que debe suprimir quien llegue al poder con el proyecto de detentarlo sin equilibrios ni contraloría. Pero resulta que el mundo de ahora no es el mismo que Alejandro tuvo en la palma de su mano. Ahora hay unos organismos ocupados de sostener largos almuerzos y sus directivas no quieren que se les atragante el canapé de langosta con cuentos desagradables de mandones poniendo candados en las puertas de los periódicos. En vez de eso, los déspotas de hoy no desecan los manantiales, pero hacen mil otras cosas, muchas cosas, agujerean los baldes, establecen una sola puerta por donde saldrán los acarreadores hacia el pozo (una puerta que todos los meses se va haciendo más pequeña), ponen impuestos a los vasos, tazas y pocillos, prohíben que se recoja el agua los días impares y los que empiezan por “M”, obligan a que los aguadores se arrodillen tres veces al día ante el retrato del rey galáctico... naturalmente, cambian las reglas cada 15 días y obligan a llenar formularios de 36 páginas, que deben presentarse en carpetas de tal o cual color. Y mientras todos ese proceso avanza, la sociedad oprimida por una “hegemonía comunicacional” se va acostumbrando a una sola voz, a una jerga que se amustia día con día, se va agotando, se va enloqueciendo.

Eso fue exactamente lo que ocurrió en Venezuela. Chávez y sus militares no llegaron clausurando salas de redacción. Pero sí desempolvaron leyes por las cuales las concesiones de radio y televisión pasaban al Estado en fecha señalada; manipularon la publicidad oficial para premiar a sus aliados y castigar a los medios críticos; concentraron en sus manos la venta de papel: lo mismo que Alejandro Magno con el agua dulce, ahora el papel para los diarios y revistas era empuñado por la misma mano que sostenía el garrote; usaron el entramado tributario como forma de presión; crearon grupos dotados con muchos recursos para perseguir, insultar, amenazar y espiar periodistas; y, por último, se dejaron de rodeos y compraron los medios que no habían confiscado, expropiado o deformado en su línea editorial.

En la actualidad, en Venezuela hay poquísimos medios que no pertenezcan “al Estado” (en la práctica son del partido de gobierno y de ciertos caciques de poder ilimitado). Los diarios El Carabobeño, El Impulso, El Correo del Caroní, La Verdad, El Nacional… sobreviven haciendo esfuerzos desesperados. Los sostiene una esperanza muy clara: las ocho columnas que concederán al titular de la noticia donde se narre la caída, estrepitosa y definitiva, de Nicolás Maduro y el gorilaje  enano que lo sostiene. Solo por eso no han cerrado todos los periódicos de Venezuela. Son como el boxeador agotado, que persiste, sin embargo, porque quiere ser testigo, con sus ojos hinchados y cegados por el sudor y la sangre, del instante en que el otro se desplome.

En el camino, muchos persistimos escribiendo notas informativas y columnas donde documentamos y argumentamos los crímenes del régimen. Fuimos los negros necesarios: la prueba que ha esgrimido la dictadura de que no lo es. “Cómo dicen que Chávez es un tirano, si tiene un coro de tontos echándole en cara que lo es”.

El punto es que las denuncias no tienen consecuencia. Las instituciones fueron trapicheadas a tal punto que nada de lo que digan los medios hace mella en el poder omnímodo de la dictadura bolivariana.  Hay medios, pero no son de comunicación, puesto que el proceso no se cumple: los medios no comunican. No tiene interlocutores capaces de movilizarse ante los contenidos todavía divulgados por esa prensa que ha resistido de manera admirable.

Y mientras todo esto ocurría pasó otra cosa terrible: se produjo una catástrofe educativa. Una brutal descapitalización intelectual. Al copar el espectro comunicacional, con sus cadenas audiovisuales, con su compulsión oral, con su afán de imponer lo que el mismo llamó “hegemonía comunicacional”,  el mandón degradó la mente del país con su prédica primitiva, violenta y básica.

Hoy Venezuela es un país de periodistas en el exilio (o buscando esa ruta), de medios que trabajan con una pistola en la frente, de audiencias que perdieron su derecho a estar informadas y donde el tono del debate público lo imponen los pranes y los reguetoneros.

Milagros Socorro

Periodista


PUBLICADO: 25 de mayo de 2016