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Rayma: "No me veo como una marca"

Su nombre parece un pseudónimo, pero no lo es. Se llama así, Rayma, por decisión de su madre, quien se rebeló de su suegra italiana empeñada siempre en escoger el nombre de sus nietos. Esta caraqueña de 45 años, tiene más de 15 dedicados a ponerle un espejo en la cara al gobierno revolucionario. Egresada como periodista de la Universidad Central de Venezuela, es mordaz, aguda, filosa, ácida. Y como los gobiernos suelen odiar el sarcasmo y el humor negro, ella resulta incómoda, una verdadera piedra en el zapato. Tanto, que ha recibido amenazas a través de mensajes anónimos a su teléfono celular y en redes sociales, y ha sido víctima de insultos en medios de comunicación controlados por el Estado, acusada de “propagar odio” y calificada como  “racista”, “clasista” y un “ejemplo del tratamiento denigrante al que la oligarquía y el imperialismo someten al pueblo”.

Rayma inició su vida profesional en los años 90. Del periódico Economía Hoy pasó a El Diario de Caracas y luego a El Universal, donde lleva tres lustros. En 2005 ganó el premio a Mejor Caricaturista de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y hoy ocupa un lugar entre los caricaturistas venezolanos más importantes. Y no es todo. Otro de sus talentos es la pintura, terreno en el que comenzó cuando apenas era una adolescente y en el que aún no le ha llegado la fama. Sus obras, que conservan el espíritu crítico de su pensamiento, evidencian una destreza en el trazo y un manejo del color que para muchos recuerda a los expresionistas.

Tal vez para proteger su entorno, y poco interesada en revelar o exponer elementos que dijeran más de ella, decidió que la entrevista fuese en la Hacienda La Trinidad, una de las más antiguas de Venezuela (ver El Trapiche de Cornelis, pág. 35). Ubicada en el sureste de Caracas, posee un conjunto de edificios declarados bien de interés cultural en 2005. Eran silos donde se almacenaban caña de azúcar, tabaco, cacao y café. Hoy es un parque en el que se fusionan naturaleza, historia y arte. Es un oasis en medio del caos caraqueño. 

Rayma siente este sitio como una prolongación de su casa, aunque no trabaja desde allí. “Siempre vengo. Me parece agradable, tranquilo. Cuando estaba pequeña, cuando esto era puro monte, venía mucho por esta zona porque por acá vivía un tío. Tengo bellos recuerdos, además aquí hago una dinámica constante: practico yoga, vengo a exposiciones, leo en los jardines. Me gusta, me parece que nos da el ambiente para hablar con calma”, justifica.

Tienes fama de tímida, pero también de antipática.
¿Tímida o antipática?

—Lo dejo a libre albedrío. No me considero antipática y tampoco me gusta que sean antipáticos conmigo. Detesto la fama. Siempre he sido de cronopio (“un dibujo fuera del margen, un poema sin rimas”, según lo define el acuñador del término, el escritor argentino Julio Cortázar). Soy partidaria de dar el voto de acercamiento hacia el otro. No me gusta, por ejemplo, que me digan cómo es la gente. Prefiero tratar a la persona y ver por mi propia cuenta quién es.

Hay quien dice que eres odiosa

—Es que hay un problema cultural. Cuando uno pone límites, reglas, define la estructura de trabajo, amistad o vecindad, con parámetros claros, a veces eso no gusta. Entonces ocurre que uno es odioso.

¿Te has topado con gente tóxica
en tu vida?

—Nuestra sociedad es tóxica, evasiva, está totalmente polarizada, neurotizada, angustiada. Gente que llega y vomita sus problemas delante de otros, gente que no se conoce a sí misma, que no sabe quién es. Es una sociedad que tiene muchos problemas que no quiere ver. Eso es tóxico. La gente prefiere operarse el cuerpo y no el cerebro y eso nos trae problemas de fondo, porque siempre lo físico, lo externo, es el valor fundamental, y la parte interna, la inteligencia y la sensibilidad, no.

¿Cómo haces para que esa gente no te perturbe?

—La veo, la acepto, no me produce escozor, está ahí. Todos tenemos una parte que trabajar.

¿Tienes muchos amigos?

—Los justos, no son como en Facebook.

Haces caricaturas, calendarios
(desde 2006), agendas (desde 2007), campañas institucionales. ¿Te ves como una marca?

—No. Mis padres no parieron un Mustang 1969, no me veo así; pero entiendo que el mundo contemporáneo tiene un coqueteo con la publicidad, los productos. Mi trabajo es un producto del pensamiento, de la creatividad, de una conexión con una sociedad específica. He hecho alianzas con empresas con las cuales voy de la mano: fundaciones como SenosAyuda, laboratorios que hacen campañas de concientización en la lucha contra el cáncer. Así me parece que es positivo. Utilizar la caricatura como una herramienta para que un mensaje con valores llegue, a beneficio de instituciones que lo necesitan.

¿Qué piensas de la publicidad?

—A mí  me molesta la publicidad que es engañosa, banal, fatua, superficial, que no trabaja contenidos beneficiosos para la sociedad. Cuando es así no quiero ser ni una marca ni un producto.

Explícanos tu proceso para hacer
una caricatura

—No tengo un esquema ni respondo a una estructura predeterminada. Hay que estar innovando constantemente, hay que hacer una búsqueda permanente de imágenes, de contenido. Soy devoradora de imágenes. Para mí son una golosina. Disfruto de ver e ir asociando unas ideas con otras. El proceso creativo como tal es desordenado. Yo  agarro ese desorden y lo coloco en espacio/tiempo para que todos los días pueda salir una caricatura sobre un tema.

Pero ¿cómo la haces?

—Es algo continuo. No es que digo ¡bueno, ahora voy a desarrollar el dibujo, y ya! El proceso del pensamiento, que tiene que ver con cómo se elabora el concepto, es algo incesante, que no te abandona nunca. Soy periodista, adicta a la información. Siempre estoy conectada con la noticia, y como soy sensible, miro a la gente que está a mi alrededor, veo lo que sucede y voy creando ideas propias de cómo va palpitando el país. Claro, hay un deadline. La dinámica de prensa indica que hay un cierre de página; no te puedes exceder, tienes que entregar a una hora y en un tiempo determinado. Al final hay una adaptación del proceso creativo a una manera de entrega.

¿Cuántas caricaturas envías y quién escoge?

—Envío una sola, que decido yo. Normalmente viene de muchas que se han quedado en el camino. Pasa a menudo que logras una caricatura y a mitad de la tarde sucede un evento que supera esa información. Eso se queda atrás y debes asumir algo nuevo; pero yo no lo desecho; lo guardo y lo retomo cuando lo necesito. Hay temas que van apareciendo, que voy organizando, otros que yo llamo beta, que están ahí y son desarrollables para otros espacios.

 

—Zapata, por supuesto; El Roto (El País de España), un poeta gráfico; Quino, que siempre me marcó, desde la infancia; Fontanarrosa, a quien conocí en una feria de Guadalajara.  Jean Plantureux (Plantu), ilustrador de Le Mond; Michael Kichka, que trabaja en Israel y que ha generado muchas ilustraciones  en pro de la paz con Palestina.

¿Qué te bloquea? ¿Te ha sucedido alguna vez que está todo tan negro que tu capacidad de reacción se esfuma?

—Claro que me ha pasado, por ejemplo cuando murió Hugo Chávez. Mucho tiempo antes conversé con otros caricaturistas sobre qué íbamos a hacer, cómo podía ser esa caricatura, porque el humor exige mucho cuidado cuando hay duelo; eso es complicado. Al final nunca nos pusimos de acuerdo, todos  le dimos largas al asunto hasta que llegó el día, ocurrió. Y yo me quedé bloqueada, en blanco. Era un momento de país donde opinar se volvía mucho más peligroso porque se podía herir susceptibilidades;  no cabía hacer un chiste de una cosa tan delicada, donde tenías que dar una opinión, pero no podías fingir demencia. ¿Cómo lograr ese punto medio de las cosas? Nada salía. Estuve trabajando casi hasta las 7 de la noche, cuando logré encontrar una forma gráfica de representación que fue ese dibujo de un rey de ajedrez rojo caído. Y la caricatura llegó y tuvo la relevancia y pertinencia del momento que estaba pasando, y eso es parte de la magia de lo que es tener una disciplina en hacer el dibujo. Cuesta. Son procesos que se están traduciendo en vivo. El holocausto venezolano se está traduciendo en vivo, todos los días, así que imagínate lo que nosotros tenemos como peso.

¿Qué escuchas?

—Me gusta mucho el silencio. Trabajo en silencio absoluto; sin embargo hay espacio para la música, que sensibiliza, nos hace ser mejores cuando es buena. Da armonía al espacio, alegría, ese bochinche caribeño. Me gusta de todo. Desde música clásica hasta salsa brava. Me encantan las nuevas bandas venezolanas. La música es una fiesta, pero tiene su espacio y su momento. Hay épocas de mi vida en las que no escucho nada porque no tengo tiempo.

¿Qué lees?

—Imágenes, filosofía, ensayos. En este momento mucha poesía porque, contradictoriamente, yo siempre pensé que los poetas eran unos seres que vivían volando, en la estratosfera, y resulta que, para mi sorpresa, me he topado con unos trabajos que son lapidarios, que me atraviesan como persona, y donde hay una identificación en un proceso de sufrimiento interior. Mis favoritos son Eugenio Montejo, Ana Ajmatova, Yolanda Pantin, y nuestro poeta mayor, Rafael Cadenas.

¿Has escrito?

—La palabra, la escritura, llegó tarde a mí. Siempre fui una mujer de imágenes y trazos. Siempre trabajé en ilustraciones y en cómo armar las páginas para que fueran más atractivas a los lectores, pero me gusta escribir. Lo he hecho en colaboración con la página prodavinci.com. Me gusta porque siento que la palabra, a veces, tiene mucho más significado que la imagen. Hay un juego de poder entre las dos. Para mí escribir es algo nuevo. En el momento en el que está el país es interesante poder traducir con palabras lo que nos ocurre. El verbo nos define. Cuando nacemos nos llaman con un nombre, no con un símbolo gráfico.

¿Qué te quita el sueño?

—La violencia, la injusticia, el cinismo, la confrontación, ver que tenemos tantas cosas buenas y que estamos encerrados en una idea perversa de lo que es el poder y cómo asumirlo. Un país se nutre de la diversidad, no de un pensamiento único ni una sola manera de ser.

¿Ves alguna salida?

—Los caricaturistas no tumbamos gobierno ni somos videntes. No podemos decir si esto tiene una salida. Es una responsabilidad que le toca a la sociedad completa. Creo que cada quien debe poner de su parte para entender el valor del país, que se está perdiendo con esta confrontación, de un lado y del otro. ¿Plazos? Creo que son larguísimos. Nosotros, como sociedad petrolera, hemos estado ligados a la inmediatez, todo para ya, y resulta que no siempre es así. Los procesos políticos son largos. Nada bueno ha traído la inmediatez; por el contrario, ha hecho cortes que nos han llevado a caminos más tortuosos.

¿En qué crees?

—Creo en Dios como una fuerza de pensamiento superior, una energía de creación, de libertad y de luz. No creo en el Dios cristiano castigador.

¿Qué piensas del ego y cómo es el tuyo?

—Mi ego es grandísimo, es enorme, lo que pasa es que yo lo tengo amordazado. El ego ha sido uno de los grandes problemas de la historia. Es más, estamos en esta situación por un ego. Lo importante es que no sea superior a ti, que no sea más grande que tú, por más inmenso que sea. Vivir del ego y alimentarlo es perder el tiempo. Te lleva a un narcisismo y todos los narcisismos son nefastos.

¿De qué te arrepientes?

—Trato de no llevar el peso del arrepentimiento encima. No hay algo de lo que pueda decir que me arrepiento. Si tengo un problema con alguien intento resolverlo de inmediato. Si tengo que pedir disculpas, acercarme, enmendar lo que hice mal, lo hago. Lo manejo flexiblemente. La vida tiene que ser más ligera. Todos nos equivocamos.

¿Cuántos defectos tienes?

—¡Muchos! El peor es que soy bastante terca. Cuando me empeño me desbarranco. Soy una tauro y el toro va con todo.

¿Y virtudes?

—No me gusta ni el maltrato animal ni el humano. No me gusta que maten a los toros ni a los estudiantes.

Cuéntanos de tus mascotas. En noviembre de 2013 extraviaste a tu perro Blue. ¿Qué sentiste?

—Tengo un gato y  tres perros, incluido Blue (schnauzer de 6 años) que todavía es mío pero alguien se lo robó. No pierdo las esperanzas de encontrarlo. Tuve una sensación terrible. Es perder a un miembro de la familia. Además tengo el síndrome del desaparecido, que es muy cruel porque siempre imagino cómo puede estar, aunque no soy tan sádica como para amanecer todos los días pensando en que el perro está muerto de hambre o pisado por un camión. Eso sería perverso. Trato de pensar que está con alguien que le puede dar lo que yo no pude. Bendigo al ladrón.

¿Cómo ves la maternidad?

—Es el árbol de la vida, es la mitad de todo lo que nos reproduce, nos alimenta, pero no pienso en la maternidad. Yo decidí que no iba a tener hijos, no porque esté en contra sino porque es una gran responsabilidad. Me molesta mucho cuando veo padres que no dedican tiempo ni formación a sus hijos. No hay nada peor que un niño abandonado, mal amado, olvidado. Esa conducta nos ha llevado a tener hoy tantas personas con resentimiento y odio. La maternidad es algo que se te despierta o no. A mí me encantan los hijos de mis amigos, ir a trabajar con niños; hay una manera de canalizar
esa maternidad. Si se me hubiera despertado el instinto materno estoy segura de que hubiera tenido un hijo.

Entonces ¿Qué es para ti la familia?

—Ya la familia no es lo que a nosotros nos enseñaron con el dibujito papá, mamá, hijito. Ahora tiene otra connotación. Hay muchísimas más opciones. Está la idea amplia de las mujeres que pasados los 40 tienen hijos por inseminación, eso ha sido bueno. No es un problema en sí la maternidad solitaria. Hoy todo ha cambiado. Creo en la libertad, en la diversidad familiar. Es buena, es positiva.

¿Qué te falta por hacer?

—Todo. Es como la caricatura. Todos los días trato de ofrecer a los lectores algo distinto, algo que los sorprenda, que no sea predecible. Cuando te vuelves predecible eres aburrida, fastidiosa, si la gente sabe el día antes lo que va a haber en mi espacio pues para qué, se aburren y se van. Trato de mantener esa filosofía en mi vida, mis actividades, viajes, lecturas. Trato de que mi vida tenga una estructura, de que siempre esté todo por hacer, siempre tener ese espíritu, esa voluntad de  querer algo nuevo. Cuando eso se acaba uno se muere un poco.

Por: Tamara Slusnys

 


PUBLICADO: 27 de junio de 2014