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Harto de la corrupción

He creído siempre que si un hombre roba un televisor para darle de comer a su hijo debe ir preso, aunque el hijo tenga hambre. Las sociedades se enaltecen por el trabajo, no en el delito. Y alimentar a un hijo delinquiendo es enseñarlo a robar, no a trabajar.  El ejemplo forma al hombre. Si el delito se justifica, todo está perdido. La sociedad va hacia el abismo.

Fue lo que sucedió al inicio de estos tiempos, cuando quien debió construir valor lo destruyó, con aquel ejemplo que exculpó a un ladrón imaginario, para despertar al estaba dormido en el alma de muchos. La orden llegó por televisión en cadena nacional. Fue el inicio del festín de Baltasar, del que empezó a participar una minoría burocrática con acceso a la vajilla babilónica –para el caso, el erario público— y terminaron asistiendo los 40 y más bandidos que perseguían a Ali Babá.

Baltasar murió la misma noche del festín. Alí Babá, en cambio, sobrevive eternamente gracias a su fiel sirvienta, Luz Nocturna, que lo salvó del túnel en que se había convertido aquel cuento. Un relato del cual emerge como mito que Alí Babá fue el jefe de los ladrones. Mentira: era el que los robó. El ladrón de ladrones. Que valgan y vivan todas las metáforas. Lo que aun no se divisa aquí es la luz al final del túnel, en esta ya larga noche venezolana de los mil y un latrocinios.

Una noche que está acabando con la República, el territorio de esta sociedad disfuncional en que nos convertimos. Un ente sin instituciones, ni rendición de cuentas, lleno de alcabalas con guardias que dan permisos, supuestos a controlar que todo sea transparente. El resultado paradojal es un laberinto incontrolable, donde las corruptelas se tapan unas con otras, y juntas ensucian las manos del que pone el sello autorizador. Un sello que, multiplicándose en comisiones sobre comisiones, ataca toda ética para beneficio del Señor Dolo, que reinventa sobreprecios burlándose del valor del trabajo honesto.

Falsas importaciones; pudreval; el maletín de Antonini y empresas de maletín que Jorge Giordani menciona pero no revela. Presupuestos mil millonarios que se esfuman en bolsillos siempre sospechosos y a veces insospechados; cuentas inauditables; obras sin empezar con presupuestos terminados; justicia manipulada; tráfico de drogas e influencias como nunca. Chequera no sólo mata galán.  Eso queda lastimosamente a la vista.

El resultado económico descubre records mundiales, cuasi Guinness: un cambio controlado que en la práctica tiene 4 valores distintos con diferenciales de abismo; la inflación más alta del mundo hoy; la peor renta per cápita histórica para un país petrolero; un Estado que vive de vender crudo y genera hidroelectricidad, pero tiene déficit de energía; una moneda pulverizada con el barril de crudo a 100 dólares; una nación donde todo está por hacerse pero las industrias desfallecen, la producción está en el piso y la productividad es una entelequia.

Para el espíritu el resultado es peor. Aquí todo se arregla pero nada se soluciona. Y todo tiene un precio menos la felicidad, que no se compra en la farmacia ni en Mercal,  porque escasea más que las medicinas o la comida. Por eso miles de jóvenes profesionales emigran:   sus títulos sólo les sirven para huir. Pero no están solos: gente de toda edad, clase o condición abre el grifo de la fuga.

Escapan de la certeza de un futuro incierto. De la ausencia de trabajo y la imposibilidad de generarlo;  de la pobrísima calidad de vida; de la falta de oportunidades; de que llegar a la casa sea un alivio y encerrarse, la salida.  Porque huyen también –cada vez más-- del secuestro, el robo y la muerte. El delito es un azote directo de la corrupción; tanto que las cárceles son el escudo protector de los pranes que lo dirigen. Sin hablar de los índices de impunidad. El malandraje ha crecido en todos los frentes.

Al final los que se van, huyen también de la anomia que embarga al país. De la anestesia que adormeció a casi toda la sociedad, de la mancomunidad de cómplices, lo que incluye a un preocupante conjunto de dirigentes oficialistas y opositores, incapaces de promover soluciones. La colectividad está paralizada en medio de tantas incapacidades, desaciertos, crímenes, estafas, injusticias y robos descarados, que ya no suceden por error o casualidad. Son consecuencia directa de la corrupción y su desenlace más temido: la quiebra moral, que habita entre nosotros. Una ruina que estamos obligados a derrotar, movilizándonos, sobreviviendo en la oscuridad, hasta volver a encender la luz.


PUBLICADO: 22 de agosto de 2014