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Granier: la panadería del barrio llega con otra categoría

La cadena española de cafeterías y pastelerías ha abierto sus puertas en Caracas y Margarita. Solo que tras atravesar el atlántico, la marca ha dejado atrás el lema de "la panadería del barrio" y, con un poco de levadura, ha escalado estatus   

 

Hay que hacer cola para entrar. Cualquier día y a cualquier hora. Incluso reservar si lo que se quiere es entrar a beber un expresso y probar un sandwich de pavo, calabacín, tomate y gorgonzola en alguno de los dos locales en Caracas de la recién inaugurada cadena de cafeterías y panaderías Granier, que, por cierto, valga la aclaratoria, nada tienen que ver con Marcel, ex presidente de la fenecida Radio Caracas Televisión. De resto, solo queda husmear fugazmente y escapar del gentío. Viven repletas.

En España, el lugar donde nació la franquicia, también son un exitazo… aunque por una razón distinta.

Apenas abrieron sus puertas en 2010, emprendieron una agresiva campaña de publicidad y mercadeo que incluyó instalarse de manera muy modesta cerca de sus competidores, desaparecer la figura del camarero y decretar el self service, y sobre todo crear ofertas capaces de quebrar a la competencia.

En 2014, por ejemplo, vendían tres croisants por 1,50 euros. Hoy son dos por 1 euro. Una guerra de precios sin cuartel. Y mientras los locales vecinos chillaban, la clientela de Granier aplaudía y se incrementaba. Un fenómeno que, basta revisar en Youtube, fue bautizado por los telediarios como “la guerra del céntimo”.

El lema es contundente: Somos “la panadería del barrio”. Una de las 35 marcas que hay en toda España, que en total amasan un negocio de 1.269 locales y casi 300 millones de euros al año. 279 millones, para ser exactos. Y lo de Granier no es precisamente un cachito: concentra entre el 15 y el 17% del mercado. Es decir, más de 50 millones.

En cambio en Venezuela el modelo de negocio es otro muy distinto.

El pan lo traen todo de España. Desde el mollet hasta la trenza latina. Y también la bollería y la pastelería. Desde los croissant sencillos hasta los caprice de crema y los fartons.

Llegan congelados en containers, aquí los meten en el horno, y los trasladan a las dos sucursales de Granier que pertenecen al mismo dueño, un empresario de origen árabe de nombre Ignacio Saman al que todos conocen como "Nacho"; y que ya han abierto sus puertas en Caracas: en la Torre Digitel de La Castellana y en la exclusiva calle Orinoco de Las Mercedes. También en Margarita, donde inauguraron un local en el Centro Empresarial Opus.

Por eso es que una señora refunfuña en Las Mercedes cuando ordena una media luna rellena de strudel de manzana para el desayuno, y le responden que “no han llegado de España”, que “ya las mandaron a traer”, y que el “retraso se debe a que nunca previeron el exitazo” en el que se han convertido.

Opciones para complacerla hay, es la respuesta. Para el desayuno, para el almuerzo o la merienda. Todo acompañado de un vino o un espumante traído tambien de la península.

De España importan además para los bodegones de las tiendas Granier las conservas Ana María Santilla (anchoas), el bonito del Norte, queso de oveja con trufa negra  y empaques al vacío con los loncheados de Enrique Thomas: lomo de bellota 100% ibérico, salchichón de bellota, paleta de cerdo ibérica, y pare de contar. Todo exclusivo. Todo de lo más chic.

Alguno se sienta, bebe un café, consume una donut y “chao”. Otros ostentan los platos con delicatesses y menean la copa de prosecco. Hay quien solo husmea y se marcha. Se dice que incluso hay “clientes de utilería” para crear atmósfera. Y parece que son pocos los que se acercan a la ventanilla “Granier to go” en modo delivery.

Queda claro que lo que está “in” es conseguir una silla o butaca y, claro, publicar la foto en instagram de un croisant a 2,50 o 3,0 dólares, o acaso una donut a 2,0 dólares, sin importar que en la competencia se pueda consumir por un monto mucho menor. Lo importante es que los locales de Caracas están repletos a cualquier hora. Incluso en semana de restricción por la pandemia.

Es verdad que en España ya no se vende como pan caliente.

De las 350 panaderías que había de Sevilla hasta La Coruna, algunas han tenido que cerrar sus puertas por causa de la crisis económica pre y post pandemia. Y porque 17 de sus franquiciados pegaron el grito en el cielo en octubre de 2020 y llevaron a juicio al dueño de la cadena, Juan Pedro Conde, tras acusarlo de haberle puesto levadura a los numeritos de la rentabilidad”, haberlos “captado por medio de engaño y haberlos estafado con un “negocio ruinoso que solo ha dado pérdidas”. Una causa a la que nadie ha puesto el punto final.

La franquicia es otorgada por un lapso de 10 años y la inversión mínima en España es de 160 mil euros (82 mil para adecuar el local, 74 mil para equipos y mobiliario, y 12 mil para equipos informáticos y de telecomunicaciones) para un establecimiento de al menos 100 metros cuadrados.

Está a la vista que en Venezuela los costos crecen, se duplican y triplican sin necesidad de tanta exposición en el horno. Por la exclusividad de las urbanizaciones donde han sido instalados. Por el personal que han tenido que incorporar –en Las Mercedes hay más de cinco trabajadores encargados de la seguridad y de estacionar los vehículos, amén de otros diez distribuidos en la barra de café, té o frappé; en la entrega de las bandejas con productos, en la distribución de los panes y la bollería en las vitrinas, así como en la caja registradora-. Y por el mobiliario y la decoración, que son mucho más sofisticados que en Europa.

Queda más que claro: El modelo de negocio es a la inversa que en España. A pocos meses de la inauguración en La Castellana, y a escasas tres semanas de abierta la sede de Las Mercedes, resta sacar las cuentas y descubrir si hay masa para tanto bollo.


PUBLICADO: 20 de febrero de 2021