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Buen gusto hasta en la tumba

El bailarín ruso Rudolf Nureyev murió el 6 d enero de 1993 a los 54 años. A pesar de su origen, muy humilde, su talento y éxito lo convirtieron en un divo rico y famoso que no se privó de lujos y glamour y que no escatimó en satisfacer sus gustos opulentos en la vida... y en la muerte.

Su tumba es extraordinaria. Ubicada en un cementerio cerca de París, exhibe una decoración que deja boquiabiertos a quienes la ven. Quizás por haber sido amante del arte barroco y apasionado de los dibujos persas, fue que su amigo, el italiano Ezio Frigerio –encargado de diseñar y acicalar la última morada del artista- decidió colocar encima un tapiz que desde lejos parece ser de tela, pero que en realidad es una recargada alfombra persa (kilim) tallada en piedra y revestida de cientos de pequeños mosaicos. La textura y los pliegues son impresionantemente reales. A un lado fueron colocadas también sus zapatillas de ballet.

El cementerio es el vestigio de una pequeña comunidad rusa establecida en Sainte-Genevieve des-Bois en 1927. Fue construido como un jardín, siguiendo en esto la tradición de aquel país. Los restos de la estrella descansan allí desde el 12 de enero de 1993, pocos días después de su deceso en París.

TS


PUBLICADO: 28 de mayo de 2014